Santiago, apóstol de Cristo (d)

Una de las fuerzas que obran con mayor eficacia en el estado Castellano-Leonés es la Orden y Caballería del Señor Santiago, cuyo poder, influencia y riqueza en la Baja Edad Media son incalculables. Es muy difícil averiguar su comienzo. Parece que su origen más remoto está en una agrupación de hombres valientes y piadosos que tomaron como devoción el defender a los inermes peregrinos de bandoleros y malandrines.

Los primeros caballeros de Santiago fueron caballeros andantes que corrían los caminos en defensa de los débiles y desvalidos. La leyenda remonta la fundación al reinado de Ramiro I; nos dice que los asociados eran trece, en memoria de Cristo y de sus doce apóstoles, e incluso nos da sus nombres.
En el siglo XII, en el apogeo de las cruzadas, se extienden por Europa las Órdenes militares que los cruzados traen de oriente, donde se habían formado por influjo de instituciones semejantes que entre los musulmanes existían. Figuran entre las más poderosas la del Temple y la de San Juan de Jerusalén. Los caballeros eran verdaderos monjes, que hacían vida monástica bajo los conocidos tres votos, de pobreza, obediencia y castidad, y tenían como principal misión combatir al infiel; la profesión monástica les daba una disciplina y una eficacia inusitadas con relación a los ejércitos de la época.

La Orden de Santiago fue tomando un gran impulso al ayudar a los reyes de León en la reconquista del sur, sobre todo en Extremadura, y fueron en esta región donde llegaron a tener su cabecera por los que se les llegó a llamar freires de Cáceres; más tarde se unieron a los canónigos regulares de San Agustín y se hicieron cargo del hospital de San Marcos de León para amparo de peregrinos que iban y venían de Santiago por el Camino Francés.

Dícese que el Maestre y caballeros tuvieron una querella con el rey de León, Fernando II, y en su consecuencia se pasaron a Castilla, donde Alfonso VIII les dio el lugar de Uclés, que fue desde entonces cabeza de la Orden
Vestían una túnica talar de estameña blanca y sobre ella el manto, sujeto con cordones sobre el pecho, todo muy amplio; sobre ambas prendas resaltaba la insignia que era una cruz de sangre en forma de espada de hoja ancha y corta, con el testero rematado en forma de punta de lanza y los brazos florenzados , pudiendo llevar veneras.
El Maestre era el jefe supremo de la Orden, llegando a ser el más poderoso y principal personaje del Reino. Lo nombraba un Consejo de trece caballeros, que también tenían la facultad de deponerlo cuando lo consideraban inútil o dañoso.
Después del Maestre, la autoridad principal residía en los priores de los conventos de San Marcos en León y de Uclés. Como las posesiones de la Orden eran muy grandes, con posesión de castillos, conventos y cotos, se encomendó cada una de ellas a un caballero principal, que tomó la denominación de Comendador, de los cuales había algunos mayores que tenían jurisdicción sobre los demás.
Enumerar las batallas en que tomó parte la milicia de Santiago equivaldría a hacer la historia de la Reconquista, no sólo la que realizó Castilla, sino la de Aragón y Portugal. En el año 1280 se incorporó a la Orden de Santiago la de Santa María de España, fundada poco antes por el rey Alfonso X, y que tuvo carácter marítimo, pues fue creada para hechos de mar y de expediciones navales.
Además del coro y de los rezos conventuales se ejercitaban en diversas obras de misericordia, y por mucho tiempo continuaron con el oficio de proteger a los peregrinos a Compostela, que eran asistidos en sus hospitales. Fue la primera dedicada a la redención de cautivos. Fueron grandes repobladores en las tierras que conquistaban, y le daban fueron y cartas pueblas: Uclés, Montánchez, Segura de León, Totana, y otros lugares.
Los clérigos de la Orden estaban obligados a enseñar letras no sólo a los hijos sino también a las hijas de los Caballeros, alguna de las cuales fue tan culta como doña Beatriz Galindo, llamada La Latina .
Después de las grandes conquistas de Fernando III, las guerras contra los moros pierden su carácter de gran empresa nacional, y Castilla queda sin un ideal colectivo hasta que los Reyes Católicos le abren los caminos del mar. Poseía entonces la Orden una gran parte de Castilla,León y Extremadura, de manera que sus posesiones constituían un estado casi independiente.
El título de Maestre era muy codiciado, y los grandes señores pretendían tal puesto para sus hijos, y aún los mismos reyes para sus hijos legítimos e incluso para los bastardos, una dignidad que ponía en sus manos grandes recursos.
Así Alfonso XI hizo conferir el Maestrazgo a su hijo don Fadrique, a quien no le valió el cargo para esquivar la cruda muerte que le hizo dar su hermano don Pedro I en el Alcázar de Sevilla; y el Infante de Antequera, luego rey de Aragón, a don Enrique, su hijo, y más tarde lo fue el Infante don Alfonso, hermano de Enrique IV.
La Orden de Santiago fue incorporada a la corona en época de los Reyes Católicos. A la muerte del conde de Paredes –el suceso que motivó el que se escribiesen las Coplas de Jorge Manrique – la Reina Isabel se presentó en el convento de Uclés para exigir al Capítulo que pidiese al Papa la administración para el rey Fernando, y así se hizo. En el año 1593 quedó incorporada definitivamente a la corona con sus bienes y sus recursos, y su emblema se convierte en preciada insignia cortesana que en los retratos de los grandes pintores, como el Greco, da una elegancia suprema y una fina espiritualidad a los caballeros que la ostentan sobre los tonos sombríos del jubón o del ferreruelo . Para ponderar este emblema en su valor exacto es conveniente recordar que con él se honraron y se constituyeron en miembros de la milicia del Señor Santiago, personajes históricos como los siguiente, Escritores: El Marqués de Santillana, Jorge Manrique, Garcilaso e la Vega, Alonso Ercilla, Francisco de Quevedo, Francisco de Rojas, Calderón de la Barca; sabios: Arias Montano, Saavedra Fajardo; militares: Gonzalo F. de Córdoba, Hernán Cortés, Francisco Pizarro; Pintores: Velázquez , Ticiano, Caro; escultores: León Leoni, Baccio Bandinelli; gobernantes: Álvaro de Luna; santos: Francisco de Borja, Luis Gonzaga, Alfonso de Ligorio. Ciertamente, ninguna corporación puede envanecerse de miembros tan ilustres, y es por ello acreedora a una justificada admiración.
En la ruta jacobea gallega, en tierras de Lugo, fue especialmente célebre el priorato de Vilar de Donas, perteneciente a la Orden desde 1184 que la hizo Casa Capitular. En la iglesia románica y en el claustro del monasterio se enterraban a los caballeros santiaguistas de los conventos gallegos.

Esta noche ha pasado Santiago
su camino de luz en el cielo.
Lo comentan los niños jugando
con el agua de un cauce sereno.

¿Dónde va el peregrino celeste
por el claro, infinito sendero?
Va a la aurora que brilla en el fondo
en caballo blanco como el hielo.

[…]

Ella vio en una noche lejana
como ésta, sin ruido ni vientos,
al Apóstol Santiago en persona
peregrino en la tierra del Cielo.

-Y comadre, ¿Cómo iba vestido?
Le preguntan dos doncellas a un tiempo.

-Con bordón de esmeraldas y perlas
y una túnica de terciopelo.

Cuando hubo pasado la puerta,
mis palomas sus alas tendieron,
y mi perro, que estaba dormido,
fue tras él, sus pisadas lamiendo.

Era dulce el Apóstol divino,
más aún que la luna de Enero.
A su paso dejó por la senda
un olor de azucena y de incienso.

Federico García Lorca (balada ingenua) 1918.

Con la conquista de Granada en 1492 se consuma el ideal de ocho siglos: el restablecimiento en toda la península de la Cristiandad. Pero tan enorme caudal acumulado de energías no podía quedar inactivo en el ocio de la victoria, y la Providencia deparó cauces, el descubrimiento de América por Colón, por donde corrieran en aquellas hazañas que, según frase del cronista Gomara, fu la mayor cosa después de la creación del Mundo, sacando la encarnación y muerte de aquel que lo crió.

La Edad Media española se proyecta de modo gigantesco sobre las tierras nuevas, y en tanto que en la Península hay otras inquietudes y es otro el cuidado de cada día, en las Indias la raza de los conquistadores invade comarcas, sujeta y repuebla, como los castellanos del siglo XI en Castilla y Extremadura; funda ciudades, fortalezas y monasterios y establece una jerarquía social de tipo militar y un nuevo feudalismo.

Santiago pasa a las Indias con sus patrocinadores de la Península; acaso el caballo blanco cabalga entre nubes sobre los navíos, muchos de los cuales llevaban su nombre, como la nao Santiago, que era una de las cinco con que Magallanes descubrió el secreto del continente, o el galeón Santiago, de la expedición Loaysa en 1526, o el San Diego, que en 1651 hacía la carrera de Filipinas; y en aquellas aventuras, bajo el cielo poblado de constelaciones desconocidas por hombres procedentes del viejo continente, continúa la leyenda jacobea iniciada en los valles de Galicia, en los llanos de Castilla y en los montes de León: ¡Santiago!, sigue siendo el grito de guerra de los españoles contra los indios, como antaño contra los moros.

En la acción de Hernán Cortés contra los tabasqueños cerca del río Grijalva, ésta era la voz de sus soldados; así lo relata el cronista Bernal Díaz del Castillo, en su libro Historia Verdadera de la conquista de Nueva España, diciendo: hasta que nombrando al Señor Santiago e arremetiendo a ellos, no les hicimos retraer. Más adelante en la increíble marcha hacia la misteriosa corte de Moctezuma, el mismo caudillo dio con el grito de sus mayores a la señal de la acometida, que el cronista relata: Entonces Cortés, dijo, Santiago y a ellos, y de hecho arremetimos de manera que les matamos y herimos muchas de sus gentes con los tiros y entre ellos tres capitanes.

En la noche triste de Cortés, cuando por los puentes rotos caían al agua del lago caballos y caballeros, entre una nube de flechas de los indios, afirma Bernal Díaz que entre las tinieblas daba dolor y espanto oír los clamores demandando ayuda a Nuestra Señora Santa María y al Señor Santiago.
Santiago fue también el clamor de los españoles en la victoria de Otumba y en la conquista de Guatemala, cuando el capitán Luis Marín, viéndose casi perdido, gritó a sus soldados: Ea, señores, Santiago y a ellos y tornémosles otra vez a romper a romper con ánimo, y se esforzaron de modo que consiguieron una gran victoria.
La imagen de Santiago solía figurar en los pendones y en los estandartes, y como en España los soldados veían al Apóstol ayudándoles en sus empresas, como así lo enumeran los cronistas de la conquista: Gomara, Díaz del Castillo, Cieza de León, tanto en Mexico como en el Perú y las demás tierras americanas.
Sería bien largo de enumerar ciudades, pueblos, misiones y parroquias del Nuevo Mundo que llevan el nombre de Santiago. Hay entre ellos la capital de un Estado: Santiago de Chile. En la isla de Santo Domingo, la primera colonizada, hay un Santiago de los Caballeros, en donde quedan curiosos vestigios de arquitectura mudéjar, y Santiago de la Vega. En el Memorial y noticias sacras y reales del Imperio de las Indias occidentales, de Juan Díaz de la Calle (1646), se citan: Santiago de Cuba, Santiago de León (Venezuela), otro Santiago en México, Santiago de Cinaloa, Santiago de León (Nicaragua) y Santiago de Calimaya, como poblaciones importantes, a más de una Compostela cerca de Tepic, al norte de México. En 1537 Orellana ponía los fundamentos de Santiago de Guayaquil (Ecuador); hacia 1552, Juan Núñez de Prado poblaba Santiago del Estero (Cuba).
Los portugueses también pedían la protección de Santiago. En la toma de Goa se reseña la aparición de Santiago, y los indios preguntaban quien era aquel insigne capitán de la cruz roja y armas resplandecientes, que hacía que pocos cristianos venciesen a innumerables moros.

XVII
En la cultura española la huella jacobea es tan honda que apenas hay aspecto de ella en que no se proyecte la sombra ingente del Apóstol. Aparece en nuestra más antigua literatura: salta con frecuencia en los poemas del ciclo del Cid, y unos versos de Gonzalo de Berceo nos demuestran que ya en su tiempo era vieja la creencia en el voto de Santiago. En ellos la rivalidad entre León y Castilla se concentra en torno a Santiago y a San Millán, cuya vida glosa el poeta:
Pero abrir vos quiero todo mi corazón;
querría que ficiessemos otra promisisón
mandar a San Millán nós a tal función
cual manda al Apóstol el rey de León.

En el romancero se recoge también la leyenda de Clavijo; en el Romancero general de 1604 se inserta un romance viejo del cual son estos versos:

Alborotáronse algunos
y el Rey, corrido y suspenso,
determinó de morir
o de libertar su Reino.
Juntó su gente de guerra,
y prestándoles su esfuerzo
el glorioso Santiago,
dio la batalla y vencieron.

En la literatura del Siglo de Oro las referencias son innumerables. Por ejemplo, en el poema de Pedro de la Vezilla Castellanos titulado Primera y segunda parte del León de España (Salamanca 1586) se relata en versos, la batalla de Clavijo. En Cervantes hay una descripción del Apóstol caballero, según la versión hispánica, en el Quijote (T-II, LVIII), en donde se describe el encuentro del héroe con unos campesinos que llevaban a su pueblo las tallas de un retablo:
Rióse Don Quijote y pidió que quitasen otro lienzo, debajo del cual se descubrió la imagen del Patrón de España a caballo, la espada ensangrentada, atropellando moros y pisando cabezas, y en viéndola dijo.
-Este sí que es caballero y de las escuadras de Cristo; este se llama San Don Diego Matamoros, uno de los más valientes santos y caballeros que tuvo el mundo y tiene agora el Cielo.

Entre la fronda del teatro barroco hay una verdadera profusión de temas jacobeos. Dos comedias de Lope de Vega: Las doncellas de Simancas y Las famosas asturianas; de otros escritores menos nombrados citaremos, por ejemplo, a Herrera y Ribera, que escribió El voto de Santiago y la batalla de Clavijo o la obra de Jiménez de Villanueva, Cumplir la jura y quitar el feudo de cien doncellas, o también Antonio de Zamora en Quitar de España con honra el feudo de cien doncellas.
Imaginemos el entusiasmo de un auditorio formado en gran parte por veteranos de Flandes o de Italia cuando oyesen gritar sobre la escena estos versos de Las famosas asturianas de Lope:

-¿Qué importa que nos degüelle?
Ende más que Dios fará
y el su Apóstol, que defiende
este rincón donde yace,
que Alfonso su furia temple.

-¡Oh valerosa asturiana!
Su vida el Cielo me ofrece,
yo te pagaré el valor.
¡Santiago!

-¡Osorio, acomete!
¡Santiago!
………………
-¡Aquí, Mahoma aquí!

-Y aquí Santiago.

El Santiago Matamoros, que cabalga entre la fronda dorada de los retablos barrocos fulgura también entre los versos del mismo estilo de El Rayo de Andalucía, de Cubillo de Aragón, cuyo asunto está inspirado en la leyenda de Clavijo. En la primera jornada de la primera parte, uno de los personajes refiere así el origen del tributo de las cien doncellas.

Ya sabéis que el injusto Mauregato
con el moro de Córdoba, atrevido,
hizo el bastardo y vergonzoso trato
que tanto vuestro honor tiene ofendido.
Cien doncellas –¡que bárbaro contrato!-
le tributó cada año, y consentido
fue servicio tan vil, con fuerte nudo,
por Alonso el Casto y Don Bermudo.

En la jornada segunda (primera parte) se describe así la aparición del Apóstol a Ramiro I.

En mi tienda esta noche,
me habló con cariño y con halago
el Apóstol Santiago.
No temáis, dixo, ni afligido llores
por ver a tus contrarios vencedores:
Ramiro, Dios te ampara; en El confía,
que en tu favor me envía
desde el Empíreo donde el eterno asiste,
para que venzas, si vencido fuiste.
Mañana estos millares de enemigos
serán de esta verdad ciertos testigos:
Su poder no te sombre,
que invocando mi nombre
me verás a caballo entre tu gente,
con roja espada y peto refulgente,
desbaratando en piezas
ese escuadrón de bárbaras cabezas.
Acomete animoso,
no temas su concurso numeroso,
que ya el Poder Divino
las armas, gente y ocasión previno:
Y a mí para esa hazaña,
porque me llame su Patrón de España,
dixo; y en luz envuelto,
con la madeja del cabello suelto
que en ondas esparcía
siendo la noche la emulación del día
giros al sol ofrece,
y a mi vista incapaz desaparece.
……………………………………………..
Cierra España y Santiago.
Publíquese esta gloria:
del Apóstol Santiago es la victoria;
yo le vi pelear, yo soy testigo.
A sus pies vi postrado al enemigo.
De su brazo valiente es el estrago;
victoria por España. Santiago.

Así, pués, el grito de Santiago era casi tan repetido en los escenarios como en los campos de batalla, y con él se socorrían en sus apuros tanto los autores dramáticos como los soldados.

Escritor jacobita por excelencia fue Francisco de Quevedo que tenía a gala ser caballero de la Orden de Santiago ostentando en su ropa la insignia característica.

Como en el primer cuarto del siglo XVII, los Carmelitas lograsen formar ambiente por que fuese copatrona de España Sta. Teresa de Jesús o de Ávila, recientemente canonizada por aquel entonces, y las Cortes del Reino diesen luego su beneplácito a esta idea, que encontró en Roma favorable acogida, Quevedo, se creyó en el deber de acudir a la palestra en defensa del exclusivo patrocinio del Apóstol.

Lo hizo, en el memorial escrito en 1627, con aquella gala de erudición, aquella furia polémica y aquel desembarazo tan propios de su carácter. Dirigiéndose al Rey dice: Son las Españas, bienes castrenses, ganados en la guerra por Santiago; y las leyes que amparan en ellas a cualquier soldado particular ¿Perderán sus fuerzas en este general y caudillo, a quien somos deudores de la libertad, y la fe de lo humano y de lo divino? Vos, Señor, le debéis las coronas que ya ceñís multiplicadas; los templos no ser mezquitas, las ciudades no ser abominación, las almas no ser mahometanas ni idólatras, las vidas no ser esclavas, las doncellas no ser tributo.

No es fácil describir los magníficos edificios levantados a la devoción de Santiago. En los rudimentos de aquella arquitectura hispánica que llamamos mozárabe, está en tierra de León la iglesia de Santiago de Peñalba del año 937, con su extraña planta y singular alzado.
En lo románico se ha de mencionar la propia catedral de Santiago de Compostela, uno de los más insignes templos de la Cristiandad, el único en España en que el románico se desarrolla en toda su amplitud. El mudéjar, a Santiago del Arrabal de las Comendadoras de Toledo; en lo gótico, la capilla del Condestable, en la catedral toledana, con su arquitectura militar y su cimborrio en forma de castillo; Santiago de Villena, al estilo plateresco, o en este mismo estilo el convento de San Marcos de León. El triunfo del barroco de la fachada del Obradoiro o las fábricas más severas de las Comendadoras de Santiago, en Madrid y en Granada.
En la escultura románica, Santiago se presenta a la devoción de los fieles en Majestad, sentado en su escabel, como la imagen admirable del Pórtico de la Gloria, sin rival en la estatuaria europea del siglo XII, y en la que se venera en el Altar Mayor de la Basílica, o de pie, como peregrino, en múltiples iglesias de su devoción que luego prevalece en la escultura gótica en toda España; la representación ecuestre de Santiago es muy antigua, y ya aparece en la Catedral compostelana en el siglo XII, aunque no se generaliza hasta los siglos XV y XVI. En lo barroco, la figura ecuestre es casi exclusiva, con gran aparato de banderas flameantes entre nubes y moros fugitivos o muertos.

Los pintores buscan asuntos para sus temas en los sucesos de la vida de Santiago; se imaginan las escenas de la vocación y del martirio, de la navegación milagrosa y del traslado en el carro tirado por los toros bravos que dice la leyenda, o la escena militar de la batalla de Clavijo, montado en caballo blanco.

Desde el comienzo de las peregrinaciones, los romeros solían proveerse en Compostela de objetos relacionados con el Apóstol, siendo las veneras de diversos metales o las propias naturales las que más se utilizan como recuerdo. También bordones o calabazas, lo mismo que escarcelas. En el siglo XII eran cientos las tiendas de concheiros que había en la ciudad. En el año 1207 el papa Inocencio III prohibió, bajo pena de excomunión, la venta de este género de insignias que no fuesen fabricadas en Santiago y esto acrecería enormemente su industria.
También el azabache dio origen a una industria muy fecunda, pues en virtud de ciertas propiedades maravillosas que se atribuían a este tipo de carbón, los objetos fabricados en esta materia eran muy buscados dando lugar a un oficio, a un gremio y a una calle en Santiago.

No solo el grito de Santiago resonó en las batallas entre moros y cristianos, indios y españoles, sino en las contiendas entre teólogos, historiadores y eruditos.

En el siglo XVI, cuando la tradición jacobea llevaba muchos siglos de ser indiscutida no sólo en España, sino en el mundo entero, vino a ponerla en tela de juicio el arzobispo de Toledo D. García de Loaysa que al recopilar en un tratado cuantos argumentos halló en mano para demostrar la primacía de la iglesia toledana, publicó una escritura referente al Concilio Lateranense, convocado por Inocencio II, en la cual se negaba la venida del Apóstol Santiago a España, afirmando que si se le dio potestad para predicar en España, fue degollado antes de que pudiera emprender el viaje.

Es evidente que esta polémica suscitada por un arzobispo en contra de otras teorías favorables, más bien se promovían por puro menoscabo, y su origen se encuentra en la ambición y en puro sectarismo.

Lo cierto es que lo escrito por el prelado toledano tuvo ciertamente más eco en el extranjero, y así el Cardenal Baronio procuró que en la nueva edición del Breviario de San Pío V se suprimiese o se modificase el texto que establecía como cierta la predicación en España, del Apóstol Santiago.

Puede suponerse cuál sería la polvareda que la novedad originase en España que en la tradición venerable encontraba el nervio de toda su Historia. Intervino Felipe II por medio del embajador Duque de Feria; pero hasta el papado de Urbano VIII no se consiguió dictamen favorable al sentir de los españoles.

En 1617, ya mencionamos la pretensión de los Carmelitas descalzos de declarar a Santa Teresa de Jesús como patrona de España juntamente con el Apóstol Santiago, anhelo que fue recogido por las Cortes del Reino. La citada polémica fue resuelta también por el papa anteriormente citado, Urbano VIII que en 1630 ordenó que se considerase a Santiago como único Patrón de España.

Aún vuelve a sonar el clarín de guerra, convocado esta vez por los historiadores en torno a la batalla de Clavijo del voto de Santiago; fue el principal adversario un jesuita, el padre Juan Francisco Masdeu que en su historia crítica de España y de la cultura española, llevado de su furioso criticismo, reaccionó contra la credulidad de hagiógrafos y genealogistas, arremetió contra el diploma del establecimiento del voto llamándole libelo infamatorio de toda la nación, digno por lo mismo de eternas llamas. Para Masdeu, la batalla, el milagro y el voto fueron invenciones de los benedictinos franceses que en los siglos XI y XII fundaron en España tantos monasterios y a los cuales atribuye piadosas mixtificaciones.
Las atrevidas afirmaciones del erudito levantaron ingente polvareda. Uno de sus contradictores afirmaba que ofendía a la nación entera, que siempre ha mirado ese documento como el monumento más sublime de su gratitud y reconocimiento del Apóstol Santiago, y acusa al jesuita de adversario de la creencia en el patrocinio del Apóstol de despreciador de dos potestades: La Real y la Pontificia.

Eco de esta polémica fue la discusión sobre el voto de Santiago en la Cortes de Cádiz de 1812. Setenta y seis diputados presentaron la propuesta de supresión del secular voto que originó un vivísimo debate en el cual la historia y la tradición fueron atacadas y defendidas con tanto exceso de brío como carencia de crítica. Acaso el diputado que se expresó con más sentido fue don Simón López que se opuso a que se discutiese este asunto, alegando que sólo un Tribunal y no una Asamblea, podía emitir dictamen sobre la falsedad o legitimidad de un título fundado en concesiones reales. Los liberales, que atacaron la más venerada tradición española con argumentos enciclopedistas, no brillaron en este debate por su erudición ni por su elocuencia.
Llevado el asunto a votación nominal, las Cortes declararon que abolían la carga conocida en varias provincias de España con el nombre de voto de Santiago. El 4 de mayo de 1814 fue de nuevo restaurado con júbilo de toda España, para ser nuevamente abolido en 1823, y después de ser renovado por segunda vez, es suprimido definitivamente el 18 de noviembre de 1834: Quedan abolidas las prestaciones de pan y vino conocidas con el nombre de Voto general y particular de Santiago, cualesquiera que sea la dignidad, corporación, establecimiento o persona que las perciba.

Lo que si permanece es la Ofrenda Nacional instituída por Felipe IV en el año 1643; este monarca por Real Cédula de 17 de junio de ese mismo año estableció que en el Ofertorio de la Misa Mayor del día 25 de julio se entregase al Santo Apóstol Santiago mil ducados de oro en reconocimiento de los notorios beneficios y favores tan continuados que, tanto él como sus antecesores en el Reino y toda la Nación, habían recibido y cada día recibían del Apóstol Santiago.

Esta ofrenda había de presentarla en nombre del Rey el Alcalde Mayor más antiguo del Reino de Galicia o en su defecto el Gobernador Civil de la provincia. Por una disposición particular, el primero en ofrecerla en el mismo año 1643, fue Don Martín de Redín, Capitán General del Reino de Galicia y Gran Prior de Navarra. Sus palabras protocolarias fueron inicialmente de alusión a lo señalado en la Real Cédula en lo referente a los mil escudos de oro en reconocimiento de “Patrono de S.M. y de sus reynos”. Y a continuación añadió: “Sírvase Vuestra Eminencia de encomendar a Dios la salud de S.M. y los felices progresos de sus armas”.

El rey Felipe V confirmó estas disposiciones, y todas ellas fueron cumplidas hasta 1836 que, por motivos religioso-políticos, fue interrumpida y suspendida hasta 1846. En este año se reanudó hasta 1854 en que de nuevo se interrumpió durante el régimen liberal.

Otras dos veces, años adelante, hubo de ser suprimida, pero gracias al fervor jacobeo del Ayuntamiento y del pueblo compostelano en la etapa que va desde 1869 hasta 1874, y posteriormente gracias a la Archicofradía del Apóstol y a la liga de Amigos de Santiago, entre los años que van de 1932 hasta 1935, pudo continuarse esta devota tradición, ya que el Gobierno de la II República, había estado ausente de las ceremonias jacobeas.

El domingo 30 de agosto de 1936 cabe señalarlo como el punto de arranque de la vinculación del franquismo con la causa jacobea. Aquél día la ciudad de Santiago vivió una jornada muy especial. De forma excepcional la urna que guarda las reliquias apostólicas salió en solemne procesión de rogativas, para alcanzar del Cielo, por intercesión de Santiago, el triunfo de los ejércitos nacionales, que acometieron la empresa de reconquistar la Patria, esclavizada y envuelta en arroyos de sangre de hermanos por las maquinaciones de la masonería, del marxismo y del judaísmo. La urna fue adornada con fajín de Capitán General de los Ejércitos Españoles. También se colocó sobre ella la bandera roja y gualda, restablecida como bandera nacional de España.

Y por decreto de 21 de julio de 1937 , de la Presidencia de la Junta Técnica, se establece como Patrón de España al Apóstol Santiago, declarándose día de Fiesta Nacional el 25 de julio de cada año y en cuya fecha se hará tributo de las Ofrendas en la cuantía y forma señaladas en la Real Cédula de 17 de julio de 1743 y Decreto de 28 de enero de 1875.

El año 1937 era Año Santo, condición que se prorrogará en la anualidad siguiente. Y, nuevamente, el año 1943, volverá a vivir un nuevo Jacobeo.

No es hasta 1948 cuando el General Franco en su condición de Jefe del Estado va a presentar, por primera vez, la ofrenda nacional en el día de Santiago. En su intervención resalta la ayuda que el Apóstol prestó a las tropas nacionales, recordando la batalla de Brunete, que impidió su intervención en la ofrenda de aquel año 1937, pero que nuestro Santo Patrón, estuvo en todo momento al lado del bando vencedor, pese a que las brigadas comunistas internacionales, apegadas a las ruinas de aquel pueblo, bajo un calor de fuego y un trepidar de muerte de armas y aviones, y carros rusos, hizo que la batalla fuese indecisa durante varios días, hasta que la mañana de la fiesta del Apóstol, después de pedirle su ayuda y su eficaz intercesión, hizo crisis la batalla y una victoria rotunda y terminante fue la expresión más clara de la ayuda de Dios en la difícil hora. ¡He aquí un nuevo Clavijo, sin caballo blanco y sin jinete! Le contestó el cardenal arzobispo primado Pla y Deniel, por vacante del arzobispo de Santiago Dr. Muñiz Pablos recientemente fallecido.

Por tres veces los monarcas españoles presentaron por sí mismos, antes de la época actual, esta real Ofrenda. El rey Alfonso XII en 1887 y su hijo Alfonso XIII, en los años 1904 y 1909. También en 1822 fue presentada personalmente la ofrenda por los Infantes de España, Duques de Montpensier que regalaron, además, la preciosa caja de oro y plata en la que, desde entonces, es depositada la ofrenda de ese día ante los pies del Apóstol Santiago.

También hay que consignar que el tema de la Traslación debe vincularse con un Breve de Sixto V, datado en 1589, por el que se le concede el rezo de la Traslación en la provincia compostelana, y en 1646 los mismos reinos de Castilla, reunidos en Cortes, hacen una segunda ofrenda de 500 ducados de plata, o sea 8.272 reales, el día de la Traslación de Santiago, 30 de diciembre, en cada año, ofrenda que debía hacer el Regidor más antiguo de Santiago. La referencia en boca del Conde de Lemos, al Apóstol Santiago como patrón único, así como el deseo, para el conjunto de España, de la protección de Santiago han de valorarse como razones, para la mayor confirmación de su patronazgo, que significan esta nueva ofrenda.

Debemos destacar que el valor de las ofrendas de los días 25 de julio y 30 de diciembre, valoradas en épocas e Felipe IV en 1.000 ducados de oro y 500 ducados de plata, respectivamente, después de diversas vicisitudes, en la actualidad se aportan a la Catedral de Santiago para la ofrenda de esos días, a través de Conferencia Episcopal española, por una cuantía de 250.000 pts. cada una .

Es muy interesante dejar constancia que la ciudad de Santiago de Compostela fue declarada por la UNESCO patrimonio de la Humanidad en el año 1985. Y en 1993 declaró también el Camino de Santiago patrimonio de la Humanidad.
Por otra parte, en el año 1993, el Consejo de Europa, declaró al Camino de Santiago, Primer Itinerario Cultural Europeo.
Finalmente señalar que en el año 2000, Santiago de Compostela fue declarada Capital Europea, y en el año 2004 el Camino de Santiago recibió el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia

XX

Estamos llegando al final de esta evocación del Apóstol Santiago, nuestro Patrón incontestable. Sin duda aquel mancebo hijo el Zebedeo, pescador en el lago Tiberiades, el que en una tarde dichosa abandonó las redes y las barcas de su padre para seguir a Cristo, abrigaba, en su corazón generoso, grandes anhelos de gloria humana.

El se imaginaba al Mesías, como todos sus convecinos, como un guerrero invencible que humillaría la cerviz de los enemigos de Israel y querría tener un lugar destacado en la corte del Rey vencedor. Así lo prueba la misma petición de su madre al Maestro, cuando pedía para sus hijos los principales puestos de su reinado.
Poco a poco, en los días de convivencia con el Rabbí, Jacobo aprendió la dura y áspera enseñanza de la renunciación suprema. No se trataba de brillar en los alcázares, sino de ser pobre y miserable, perseguido por los poderosos del mundo, y coronar las jornadas de fatigas y de oprobios con una muerte infamante. Santiago aceptó todo ello y apuró hasta las heces el cáliz que, en su entusiasmo juvenil, se había ofrecido a beber.
El Señor concede, a los que buscan sólo el Reino de Dios y su Justicia, espléndidas añadiduras. Si el joven galileo soñó alguna vez con batallas y trofeos militares, sabed que ningún conquistador de la Tierra, ni Alejandro, ni César, ni Napoleón, han igualado su gloria. Invocando su nombre entraron en batalla poderosos ejércitos: los de Carlos I, el gran Emperador; los de Felipe II, señor de la más extensa Monarquía que ha conocido el orbe.
En su honor se elevan, en todos los continentes, millares de templos y en ellos figura su efigie y más ciudades llevan su nombre que el más renombrado emperador del universo.
España que recibió de él la semilla evangélica y presenció sus fatigas y sus desvelos, fue testigo de tanta gloria. Santiago, su Patrono, su amparador y valedor en los riesgos, sigue siendo su vigilante centinela.
Remato con unas palabras del papa Juan Pablo II, pronunciadas en la Catedral compostelana el 9 de noviembre de 1982: Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia Universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito de amor, vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y beneficia con tu presencia a los demás continentes. Reconstruye tu unidad espiritual en un clima de respeto a las otras religiones y a las genuinas libertades.

Defensor almae Hispaniae Jacobe,
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